por Nelia González Droguett @neliagonzalezd
En la Maratón de Santiago de 2019, sólo un 19% de les maratonistas (42k) fueron mujeres. Pese a que es una cifra que ha ido en aumento a lo largo de los años, hay una enorme brecha de inscritos entre ambos géneros. Esto no es un hecho aislado ya que, en términos generales, las mujeres hacen considerablemente menos actividad física que los hombres. Según la Encuesta Nacional de Actividad Física y Deporte realizada en 2018, el 74% de las mujeres fueron consideradas inactivas físicamente, versus el 55% de los hombres.
¿Las razones? Si bien en esta misma encuesta ambos géneros acusan como principal causa la falta de tiempo, en el caso de las mujeres, podríamos hipotetizar acerca de un montón de razones, tales como la ausencia de corresponsabilidad en las labores de cuidado y crianza, la doble jornada y el acoso callejero, sin embargo, hoy me quiero centrar en aquellos que nos hablan de los estereotipos que nos han sido impuestos desde niñas respecto a cómo debe ser una deportista.
¿Cuántas de nosotras hemos escuchado que para hacer ejercicio tenemos que tener un cuerpo adecuado para eso? ¿Cuántas de nosotras hemos escuchado de nuestras amigas (o de nosotras mismas) que no pueden correr porque no les gusta cómo se ven, porque se les mueve todo, porque tienen las canillas muy flacas, porque son muy lentas, porque les da vergüenza? Según La Rebelión del Cuerpo, un 86% de las mujeres ha dejado de hacer actividades por cómo se ve o siente con su cuerpo, constituyendo esto amplios espacios que nos han sido usurpados y, por tanto, nos hemos visto invisibilizadas por hacernos creer que no somos suficientes para hacer algún tipo de actividad física.
Tomando este último punto, el desafío entonces es abrir espacios. En una entrevista realizada a Kathrine Swizer, la primera mujer en el mundo que corrió un maratón con un número oficial de competencia, señaló que cuando quería hacerlo, se enfrentó a un montón de mitos. Se le había señalado que las mujeres no podían correr la distancia porque eran débiles y frágiles, que se les iba a caer el útero, que correr era cosa de hombres. Sin embargo, ella terminó la carrera con la convicción de que, si no la terminaba, nadie creería que las mujeres podían hacerlo. Su esfuerzo dio resultado, pues 5 años más tarde, y 75 después del primer maratón de Boston, se les permitió oficialmente a las mujeres competir en este evento.
Vemos entonces que todas necesitamos referentes que nos permitan disminuir la brecha. Referentes que no sólo sean deportistas de elite, sino también runners como cada una de nosotras que se calzan las zapatillas para correr un par o varias décimas de kilómetros. Corredoras que también nos hemos sentido lentas en los entrenamientos, que también hemos llegado últimas, que también nos cuesta levantarnos a correr, que también sentimos que nuestro cuerpo no es lo suficientemente fuerte o liviano o simplemente que también nos cuesta usar esas calzas cortas o polera sin mangas para los largos de verano.
Mostrémosles a nuestras amigas, compañeras de trabajo, familiares y, por qué no, a las niñas, que correr es un acto de libertad, de resistencia y de sororidad. Que entre más seamos las que ocupemos los espacios, más seguras se hacen las calles. Quienes podemos hacerlo, tenemos la responsabilidad como mujeres de mostrarles que, independiente de cómo nos veamos, las calles son nuestras y que están allí para ser recorridas por nosotras. Después de todo, cada kilómetro recorrido no sólo cuenta mi historia, sino también la de todas nuestras compañeras, las que estuvieron y las que vendrán. Como dijo Kathrine Swizer: “lo que tenemos es asombroso y sólo acabamos de descubrirlo”.