El ritmo del bienestar

Por Fele y Cux (@almahechoamano_)

Si hay algo que no tenemos dudas que cambió en este tiempo de cuarentena es el ritmo de nuestros días. Nosotras tuvimos la posibilidad de quedarnos en casa y en un principio y casi automáticamente, intentamos mantener nuestra rutina “normal”: nos despertábamos a la misma hora; elaboramos una estructura para ordenar nuestras actividades, y reorganizamos los espacios para que el colegio, el trabajo y la vida familiar ocurrieran juntas en el mismo lugar y tiempo.

Así funcionó por unos días, sin embargo y no tan lentamente, empezamos a levantarnos más tarde, a reajustar nuestro “calendario” a las propias necesidades y deseos que iban surgiendo, a incorporar actividades que no existían antes.

Apareció el juego familiar en las tardes extendidas, la cocina entre todos, el cuidado del jardín y la huerta más allá del fin de semana, el aseo compartido de la casa, y casi sin darnos cuenta una “forma diferente de relajo” del cuerpo y la mente, dentro de este contexto de vulnerabilidad e incertidumbre transversal.

Conociendo tu nuevo ritmo

Nuestro ritmo interno alterado y también el externo, nuestro cuerpo, nuestra casa, nuestro mundo. Por otro lado, una oportunidad para observar con lo que te encontraste, porque de una u otra manera esta pandemia nos ha puesto una pausa, al crecimiento, al consumo, y nos ha dejado una evidente conclusión: necesitamos de cosas materiales para vivir, pero también se requieren cosas inmateriales para sobrevivir: amor, amistad, comunidad, sentido de propósito, autocuidado, y por qué no, una pausa.

La palabra ritmo viene del latín rhythmus, una forma en que suceden y se alternan una serie de cosas -movimientos, palpitaciones, acontecimientos-, que se repiten periódicamente en un determinado intervalo de tiempo.

En el lenguaje cotidiano se asocia el ritmo a la velocidad con que se vive. Sin embargo, cada ritmo es único y tiene una organización propia. Hay ritmos más dinámicos, emprendedores y competitivos, que si se ven alterados, se pueden volver impacientes, descuidados, frustrados. Otros más tranquilos, receptivos, cuidadores, nutritivos, responsables, que al alterarse se vuelven pasivos, preocupados en exceso. Y así vamos encontrando nuestro propio ritmo, porque queremos fluir, queremos disfrutar, sin tanto esfuerzo ni resistencia, con más equilibrio, dentro de las situaciones y dificultades con que nos encontremos.

El ritmo es orden, y lo curioso es que la raíz de esta palabra viene de rheos, que significa fluir. El ritmo nos mantiene en movimiento, y para fluir con la vida debo adaptarme a sus ritmos. El ritmo que vivimos hoy, para algunos y en muchos casos, cambió, porque nuestra rutina cambió. ¿Lo estoy observando?, ¿me acomoda?, ¿me inseguriza?, ¿tomo las riendas y participo de este cambio?, ¿lo aprovecho para que después de este tiempo se haya convertido en un aprendizaje?, y algo fundamental, ¿a qué ritmo quiero volver?

Puedo llenar mi agenda de actividades para sentirme productiva, puedo paralizarme frente a la angustia de que todo puede empeorar, puedo ir como si mi rutina no fuera mía y sólo reaccionar sin conciencia. Pero también puedo alinear mi ritmo con esta oportunidad, observarme, y darme lugar. Nuestra manera de “darme lugar”, ha sido darle un respiro a tantas actividades del día -porque si bien algunas disminuyeron, como los traslados, otras aumentaron, como las labores de la casa combinadas con el trabajo y el cuidado de los niños- y parar. ¿Parar para qué? Para darse un espacio, y esa acción transformarla en un ritual. ¿Para qué?

Para mi “bien estar”, para hacerme responsable y protagonista de mi cuidado. Poder experimentarlos, aunque sólo sea unos momentos al día, es mi regalo. Acciones pequeñas que marcan mi día y que elegí así:

Retomar mi práctica de yoga (en la pieza, cerrar la puerta, pedir que nadie entre, poner mi matt y comenzar, cada día un colibrí me visita y me muestra su ritmo y yo el mío).
Realizar mi ritual de limpieza en forma sagrada, sola en el baño y con una música que me relaje, más lento que lo habitual.
Preparar un tónico de pepino para refrescar mi piel (con el pepino que quedó sin aliñar, un envase de algo que ya se acabó y agua) rociarlo en mi cara y salir al jardín a sentir el sol otoñal.
Cocinar la pócima de lino para el frizz y falta de brillo de mi pelo que ha aumentado en estos días, y ese día que no me ducho ni lavo el pelo, ponerlo, masajear y dejarlo un rato actuar.

Sabemos que seguramente mucho volverá a su sitio en algún momento. Y nuestro deseo e intención es que cuando vuelva a su sitio, volvamos con este ritmo que ha integrado estas nuevas acciones, que nos darán una nueva posición, una nueva mirada, una nueva conciencia para seguir.

Este es el momento, no lo queremos dejar para cuando tengamos más tiempo ni para cuando los problemas se resuelvan. Esas pequeñas acciones que se han incorporado a nuestra rutina, nos sitúan en otro lugar diferente al que nos encontrábamos y nos gusta, nos hace sentir bien.

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