En los años que llevo corriendo siempre comparé las lesiones, y el no poder correr por meses, con los jugadores de fútbol en la banca. Esperando ansiosos el llamado del técnico, en mi caso, el alta del doctor de cabecera. Una fractura de sacro y un desgarro de glúteo, en años diferentes, me dejaron 4 meses fuera de las pistas ambas veces, y no había coronavirus a la vista. Pero es muy distinto no poder correr por un dolor físico, a no hacerlo porque simplemente no se puede salir.
En mi caso, tuve la suerte de poder correr en trotadora durante todo el confinamiento, pero la sola idea de volver a correr al aire libre era la motivación para mantenerme en modo hámster. A diferencia de muchos, no tengo problema en correr sobre una cinta, es más, generalmente suelo hacer las “pistas” sobre la trotadora. Una buena serie y listo. El Príncipe, The Night Shift y The Good Doctor, fueron los elegidos de Amazon para correr indoor.
Confieso que volver a pisar la calle me daba miedo. Esto no era el Mago Valdivia volviendo a entrar a la cancha, era Chandler saliendo a entrenar con Mónica Geller. O al menos eso temía. Sí, Chandler, no Phoebe, porque seamos honestos… sabemos correr, pero Chandler casi muere entrenando con Mónica.
No salí el primer día que levantaron la cuarentena. Es que como animal de costumbre que somos, el entrenamiento indoor encontró su espacio en mi rutina de confinamiento. Corría por las mañanas y hacía preparación física en las tardes. Cualquiera diría “estabas lista para salir y darlo todo”. Más no, y a diferencia de mis lesiones del pasado, este volver me ponía nerviosa, como volver a clases en marzo.
“Haré la vuelta corta” me dije esa mañana, pensando en 5K. Y cuando salí, Adolfo, mi conserje y mejor amigo post cuarentena, fue el primero en alentarme con un “al fin puede salir, vaya con cuidado”. Como carabinero jubilado que es, le preocupaba más un asalto que mis piernas de vuelta al ruedo. A mí me preocupaban mis piernas, pero siempre que digo eso, pienso en Gary y el partido de la Roja contra Brasil.
Los primeros kilómetros fueron como correr una maratón, no solo me faltaba el aire, sino que sentía que me había bajado recién del caballo. Cómo cresta se vuelve a correr normal, pensaba. Pero los enanos, que siempre juegan en contra, esta vez no lo hicieron. “Voh daleh Sole, siempre vuelves. Y las piernas tienen memoria”.
No sé si tendrán memoria o les faltaba aceite, pero esa primera corrida fue agotadora mental y físicamente hablando. Se me había olvidado la cantidad de cosas que se pensaban corriendo. Si alguien pudiese graficar mi cerebro mientras corro sería como una nube enorme con post it. A los 5K, y cuando el alma me volvió al cuerpo, dije ok un poco más. Corrí 9K, seguía sintiendo que me había bajado hace un minuto del caballo, pero esa sensación post correr ¡cómo la echaba de menos! Cuando volví Adolfo me dice “¿Qué tal?”. Aquí estoy, viva.
Al día siguiente, miré la trotadora y le dije: “no seas egoísta, te apañé toda la cuarentena”. Dos semanas después de eso, el aire ha vuelto a mí y las piernas se soltaron. Los Chandler, los caballos y Phoebes quedaron atrás. Me di cuenta que correr sola me agrada, pero el trote conversado me gusta más y soy feliz por tener de vuelta los happy Friday run con la Nacha Benavente.
Todavía nos queda cuarentena para rato, pero poder salir a correr nos aliviana bastante el camino. Además, ya me estaba terminando todas las series arriba de la trotadora.