Paso a paso: la historia y victoria de algunas lesiones

Por Sole Hott @solehott

Cuando empiezas a correr, lo primero que te dice aquel que no corre es “¿y eso no hace mal como para las rodillas?”. Aclaración número uno, el deporte hace bien, tanto para el alma como para el cuerpo. Y segundo, es de conocimiento popular que las lesiones vendrán, o quizás no. Lamentablemente no podemos predecir el futuro, sí podemos evitarlas, pero hasta cierto punto. Acá les cuento mi historial o historial de lesiones.

Algunas excepciones: cuando menos lo pensabas, lesión
Hay lesiones por sobrecarga, estrés y otras que no dependen de nosotros. Te puedes caer en una escalera metálica, un día de lluvia camino al trabajo y desgarrarte el glúteo y tus zapatillas quedarán en stand by durante algunos meses. Y como fui yo a quien le pasó eso y quien bajó esos interminables peldaños sentada, les puedo decir que…sí, es posible. No iba corriendo. Unas semanas después, igual corrí un maratón.

Paso 1: ¡Hola primera lesión!
Hay cosas que no se pueden controlar, y la primera lesión definitivamente desajusta lo que creías controlado y es, por default, la más desafiante. Llevo casi 10 años corriendo, y recuerdo perfecto mi primera lesión: tendinitis de la pata de ganso. En simples palabras: inflamación de los tendones de la rodilla que tienen la función de flexión de esta.

Un sábado, durante un largo, sentí un dolor que me punzaba como un cuchillo. Llegué llorando donde mi entrenador y le dije, “no puedo más. Algo no está bien”. Quienes me conocen saben que no lloro en público, solo en el cine, por lo que la cara del coach pasó del asombro a la preocupación inmediata. Y aquí es donde comienza el proceso: “Hola, me presento, soy tu primera lesión”.

Vas al doctor, te hace algunas pruebas, no siempre da un diagnóstico y luego te pide exámenes para confirmarlo. Hasta aquí ya has perdido algunos días sin correr y aunque ha pasado poco tiempo, el runner se desespera rápido. Todos siguen corriendo, menos tú.

Te haces el examen, pasan un par de días más, como si no bastaran los pasados, y con resultado en mano, vuelves al doctor. La confirmación te llega como una sentencia de muerte u obligado a ver la serie que más odias por el resto de tus días. Y en ese momento ocurre lo que llamo el momento “no quieres cruzarte conmigo”.

Paso 2: asumiendo la frustración
Inmediatamente calculas los meses sin correr, las carreras que te perderás, los entrenamientos a los que no asistirás, las sesiones de kinesiología que deberás hacer, cómo recuperarás tu nivel y qué te va a decir el entrenador. Es un minuto de sentimientos encontrados, real, 60 segundos. Frustración, culpa, rabia, pena y ansiedad. La mala noticia… esas emociones se viven con cada lesión. La buena, uno cada vez llora menos, o por lo menos, no delante de doctor. El mío me conoce, y antes de que aparezca esa lágrima involuntaria me dice: “Hott, sin llorar, esto va a pasar”. ¿Saben cuántas veces imaginé en mi mente tirarle algo por la cabeza, seguido de un sinfín de garabatos? Solo en la primera, ahora le explayo ampliamente mi parecer directamente, pero con respeto. Él no tiene la culpa y la lesión no va a desaparecer mágicamente, pero es la persona que me está sentenciando al modo avión.

Paso 3: Atrévete a aceptarlo
Llorar es la mejor primera opción, y tienes todo el derecho. Lloré de angustia y desesperación tantas veces con la pata de ganso. Los meses pasaban y el dolor no se iba, me preguntaban por “la pierna” y la respuesta no era precisamente “tranquila, en la casa”, lloraba de pena, como si me hubiese pateado o anunciaran que coronavirus mutó. Al kinesiólogo de turno lo odias simplemente por existir y llegas a creer profundamente que a nadie le preocupa tu recuperación. El resto sigue corriendo, los mensajes de ánimo te deprimen aún más y la idea de no hablar con nadie aparece como el mejor panorama a la redonda.

Pero luego, tal como te dijo el doctor, todo vuelve a su lugar. La emoción por volver a correr es tal, que no solo vuelves a querer a tu kinesiólogo, sino que olvidas la depresión post party de los últimos meses. El dolor se esfuma, la frustración desaparece y la rabia ha quedado en el olvido. Y, por si fuera poco, subiste un peldaño en la resistencia a lesiones y asociados. 

Paso 5: aprendizajes y aprender de La Roja
Con la primera lesión lloras mucho, con la segunda pasas un susto, con la tercera te sientes un experto en frustración y con la cuarta o quinta, la opción de abandonar el running aparece, pero de alguna u otra forma, siempre se te olvida que lo dijiste, y ahí estás calentando motores para volver correr el día preciso en que te den el alta.

Lesionarse es una mierda. Y aquel que no ha pasado por esto, no lo entiende, aún cuando sea corredor. Puede ser la primera y última, o la debutante de muchas, pero si hay algo que marca la diferencia más allá de la gravedad, es la resistencia mental que cultivas en el proceso. La primera lesión es aprendizaje puro.

Con cinco lesiones a cuestas, confieso que me siento como el Mati Fernández del equipo. “¡Siempre pasa algo Matías!”. Cuando temo una lesión, pienso en Bielsa y cuando la confirmo… en Gary Medel. Siempre lo llaman a La Roja, y siempre vuelve a la cancha.

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